El óxido es uno de los peores enemigos del vehículo, aunque su aparición no es frecuente. No en vano, se necesita mucho tiempo de vida útil del coche para que pueda afectar a un automóvil, aunque hay circunstancias que pueden anticipar la aparición de corrosión. Y una sí que es frecuente. Hablamos de que el coche duerma en la calle asiduamente. No todos los conductores pueden permitirse tener el vehículo en una plaza de garaje mientras no lo usan, así que es un factor a tener en cuenta, al igual que tenerlo aparcado y sin moverlo durante días en zonas con mucha humedad. Siempre será necesario que el coche tenga cierta antigüedad, pero los factores mencionados pueden provocar que se generen y acumulen pozos de agua en la carrocería o chasis, que con el movimiento del propio coche se eliminarían por sí solos.
Para detectar el óxido en el coche, que como en muchos otros elementos resulta vital hacerlo de forma temprana para que no vaya a más, lo mejor es realizar revisiones profundas en las partes más proclives a sufrirlo. Y son básicamente de tres tipos: óxido de la chapa exterior, corrosión de la chapa interior y óxido en determinadas partes mecánicas:
Óxido en la mecánica: afecta especialmente a los bajos del coche y al tubo de escape, un componente especialmente afectado por la humedad, sobre todo en sus juntas y uniones. Los casos extremos de óxido en partes mecánicas sí que resultan peligrosos, porque pueden hacer fallar algún elemento del coche. Pero, en principio, al conductor no le suele afectar ni acarrear ninguna consecuencia, más allá de la económica a medio-largo plazo. Esto es debido a que en reparaciones futuras, pueden romperse tuercas, soportes o tornillos por el óxido, lo que conllevará más tiempo de mano de obra y necesidad de costear piezas que no estuvieran previstas en el presupuesto inicial.
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